miércoles, 5 de agosto de 2009

Look at what we've become.


Miedo.

Sí, miedo. A decir cosas que se te pueden volver contra ti, incluso cuando crees que al ser sincero exponiéndote así todo tendrá un happy end. Miedo a declararte abiertamente, a soltar tus sentimientos pase lo que pase. Justamente miedo a lo que pase después. Porque, aunque venga de tu sinceridad pura, queda el margen en el que cabe que no te crean, que te juzguen. Se cometen errores, mucho errores a veces. Pero intentas remendarlo. Luego de que intentas remendarlo la friegas otra vez (sí, que torpe). Y ya no quieres darle más vueltas porque piensas que no da para más. Es justo ahí donde te juzgan. Porque tus errores al parecer te perseguirán toda la vida. Así que no puedes "querer" porque "alguien que quiere no se equivoca así" (okaaay), ni extrañar porque "alguien que extraña no se equivoca así", menos decir: OK! ME EQUIVOQUÉ, PERO YA CRÉEME PUES. Y no te creen. Y será así por todas las eternidades (si es que existe más de una). Entonces la pregunta que queda en el aire es: ¿Por qué insistir? Si sabes, si sé, que no hay vuelta atrás. Que ya no hay nada que se pueda arreglar, que por más intentos que se hagan todos serán fallidos al final. Que si algo se arregla siempre es de una manera muy superficial. Me parece que es destruirse mucho, que es ilusionarse en vano. Terminó y si terminó quiero que quede ahí de una vez porque la puta culpa no me deja, cada vez que hablamos aparece como renovada y lista para dañar más.


Igual, esa ilusión que siempre es en vano vuelve y como si tuviera más fuerza cada vez. Pero ya es hora de abandonarla. De no dejar que aparezca más, si sabemos que el final será el de siempre.


Gracias, al menos por inspirar.